Jarchas

Pepa Erre
6 min readJun 20, 2023

Porque hay palabras que estorban. Palabras que se han desgastado. Palabras que ya no suenan. Palabras, que sin embargo, aún significan, lejos, muy lejos. Palabras que ya no podemos pronunciar y que son únicas. Palabras que no es posible escribir, pero que todos sabemos penetrar.

Angelina Muñiz-Huberman

Las jarchas (del árabe خرجة ‘salida’ o ‘final’) son pequeñas canciones en lengua romance insertadas al final de las moaxajas. Las moaxajas son composiciones poéticas de la lírica culta medieval, que se escribieron desde el siglo X en Al–Andalus. Las moaxajas se escribían en árabe y en hebreo, pero las jarchas, esos últimos versos insertados, pertenecían a la lírica popular y se escribieron en lenguas vernáculas, las lenguas vulgares en las que se cantaban. Las jarchas son, entonces, el primer registro escrito de lenguas romances en la península ibérica.

Y más allá: el yo poético de las jarchas es siempre una mujer. Su tema es amoroso o sexual, en voz de una mujer y en la lengua que se hablaba en las cocinas, en los callejones, en los puertos, en las alcobas. La cómoda lengua romance de los pueblos que habían sido conquistados por los invasores romanos, quienes dispersaron su latín por los caminos; la lengua materna de las canciones de cuna, la que hablaba la gente de a pie, la de todos los días. Las jarchas son pequeños regalos, paréntesis que guardan un tiempo de las voces que de otra manera estarían extintas para siempre, porque solo se escribía en un registro culto -en latín en el resto de la Europa occidental, en árabe o en hebreo en Al-Andalus- pero no en la lengua vulgar, no en dialectos romances. Las moaxajas pertenecen al territorio público, solar, al orden instituido, mientras que las jarchas son del territorio doméstico, lunar, de las trenzas destejidas al final del día, los pies descalzos de estar por casa. Las jarchas están escritas en aljamía: en lengua romance pero en caracteres árabes o hebreos. Son un secreto dentro de otro secreto. A los especialistas les tomó siglos darse cuenta qué tenían frente a los ojos, porque estaban escritas en letras árabes o hebreas, pero no eran palabras de esas lenguas, sino el primer registro escrito de una lengua recién nacida.

Pone la piel chinita pensar en las jarchas, existiendo en silencio, indescifrables por siglos, sosteniendo un canto que ya nadie escucha pero sí podríamos entender.

La imagen que encabeza este texto es un manuscrito del siglo XI de una moaxaja escrita por Josef Al-Katib (lit. Josef el escriba), rescatado en 1906 de la Genizah del Cairo. Una genizah es un cementerio sagrado de textos: todo tipo de soporte que tenga escrito algo en letras hebreas, al ser el hebreo la lengua con la que Di’s creó el cosmos [sic], es algo que no debe destruirse, así que cuando se ha estropeado o ya no es útil, se entierra, bajo las sinagogas, en una genizah. Pues bueno, al final de la moaxaja Al-Katib transcribió la jarcha, que son los últimos dos renglones del manuscrito, y esos son los cuatro versos más viejos de los que se tenga registro escritos en una lengua romance, en este caso en eso que se conoce como variante andalusí (el español hablado en tierras andaluzas). Hace diez siglos que alguien puso esas palabras mínimas escritas ahí. Era la letra de una canción popular de la época. Imaginen que dentro de mil años todavía exista vida humana en el planeta. Las lenguas que hable la gente del futuro serían moderadamente similares a las que hablamos ahora, pero no iguales. Un nerd del futuro encuentra unos textos del siglo XXI, (¿quién escribe a mano todavía?), y de alguna manera se encuentra la letra de Bzrp Music Sessions, Vol. 53, y pum, revive una canción que medio continente trajimos pegada involuntariamente en el cerebro: perdón que te sal-pique.

Nuestro tiempo sobre la arena del presente deja huellas que en unos pocos años deja de existir. Me refiero al tiempo individual, porque nuestro cuerpo colectivo deja huellas que se prolongan un poquito más, dando pie a cambios sociales, a desastres ecológicos, a modos de habitar, costumbres, etcétera. Pero las personas que estamos siendo, este cuenco de barro frágil que se llena de nuestras experiencias y nuestras interpretaciones y que llamamos Yo, dejan una marca bastante efímera, apenas perceptible, en la arena del tiempo. Nos recordarán acaso nuestros amigos algunos años, los nietos, dos o tres fanáticos de algo memorable que hayamos hecho, pero en poquitas generaciones ya no hay huella, como si nunca hubiéramos estado aquí. Ya no estaremos aquí y ni quién nos extrañe, pero no habremos desaparecido del todo, habrá variantes humanas por ahí, especímenes que se parezcan a nosotros, herederos de unos cachitos de lengua con mutaciones de las mismas palabras que usamos hoy para explicarnos el mundo, y los minerales de nuestro cuerpo serán ahora llanta, concha, parabrisas.

Las jarchas son una huella de esas voces efímeras que se perdieron en el tiempo, que cantaron algunos veranos, inventaron el amor y el desamor antes que nosotros, se fueron a dormir, se refugiaron en la sombra y dejaron de existir. Y al amor lo llamaban como nosotros, diez siglos después, con casi exactamente los mismos sonidos.

Pienso mucho en las jarchas porque me gusta todo lo minúsculo y lo inútil, la memoria en las grafías, el canto y las voces que tienen siglos sin sonar y que nos precedieron, bajo este mismo cielo, junto al mismo mar de donde surgió la vida que todavía palpita en nosotros mismos y en la Tierra. Mismo, mismo, mismo. Hemos sido, más o menos, desde hace siglos, siempre lo mismo.

Las jarchas son un rastro que se quedó en la arena del tiempo como un beso de tres: ese contacto de las tres culturas que habitaron en Al-Andalus -árabes, judíos y cristianos- y su buena convivencia. Están escritas en caracteres que ya no todos los hablantes de español sabemos descifrar, pero guardan sonidos de una abuela de nuestra lengua, de la lengua que unos intrusos trajeron a América y que ahora llamamos nuestra, de este lado del Atlántico.

Somos una colección de cicatrices, de heridas que sanaron, de fracturas que dieron lugar a cosas nuevas. Leer en voz alta las jarchas es un poco como ir a ver un álbum de fotos y descubrir que te pareces a la bisabuela de un abuelo tuyo cuyo nombre ni siquiera conocías pero ahora puedes pronunciar.

Y ya, eso era todo, decir que las jarchas existen, son esos cuatro versos perdidos al final de las moaxajas, un beso de tres en una lengua extraña, que es nuestra misma lengua y otra. Antes de las jarchas nadie había dejado por escrito ningún texto con vocación literaria en lengua romance. Pero, por si se lo estaban preguntando, y porque a nadie le sobra un dato precioso: el documento más, más viejo que se conserva con un registro de lengua romance (español) que calca el habla cotidiana en el contexto de la España medieval cristiana, habla de quesos ❤, se le conoce como Nodicia de Kesos, y es una relación de los quesos que usó el hermano Jimeno. ❤ ❤ ❤

Les dejo las equivalencias fonéticas del alefato hebreo con nuestras letras latinas, por si alguien tiene ganas de descifrar por sí mismx las palabras y encontrarse en el rostro de una ancestra desconocida (buscan en el cuadro de abajo la letra hebrea y su equivalencia latina y luego intentan encontrarla en la imagen del manuscrito, recordando que se lee de derecha a izquierda).

Y si les da flojera hacerlo, pero ya llegaron leyendo hasta aquí, les dejo lo que dice, por amor al chisme.

Señoras, señoros y señores, los versos más antiguos de los que se tenga registro en lengua romance medieval de la península ibérica:

Tanto amare, tanto amare

Habib, tanto amare

Enfermaron olios nidios,

E dolen tanto male.

[Tanto amar, tanto amar

Amado, tanto amar

Enfermaron mis ojos brillantes

Y duelen tan mal]

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