Nada

Pepa Erre
3 min readSep 6, 2021

Uno no parte nunca de la nada, pensaba, mientras lo veía cocinar en la mañana. Yo sentada, soplando olitas en la taza del té. Él lidiando con cuatro fuentes diferentes de vapor, sacando los huevos, la sal, la pimienta, lavando platos, contándome cosas que me hacían reír. Haciendo el arroz. El té. Hirviendo una manzana. Calentando el caldo. Me siento inútil, aquí sentada, dejándome atender. Lo veo cocinando y pienso en la creación del cosmos. Las labores que nos han dicho que son femeninas él las hace infinitamente mejor que yo. Se hace cargo con sus manos, me está cuidando, con todo su cuerpo. ¿Cómo fui tan afortunada? Causé dolor para darme esta felicidad. ¿Todos los nacimientos implican la destrucción de un mundo? Pensaba en la nada y en que la nada no existe. La enorme nada, ¿es real o no? Pensaba que una no parte de la nada. Naces ya con un cúmulo de condiciones encima, cada cosa nueva que empiezas es una nada por delante pero que viene condicionada por un montón de causas predispuestas. La nada es algo que existe sólo en otro tiempo. La nada es el futuro porque no existe aún. Y el pasado, porque ya no está. No sé si sea la resaca de la enfermedad en mi cuerpo lo que me hace sentir así, como si hubiera metido la pata y al mismo tiempo como si fuera muy sensato haber llegado a esta idea, esta mañana extraña de domingo. La idea de que vivimos en una especie de península, de frontera fragilísima entre dos abismos, dos océanos de nada. Lo único que existe es el suelo del presente, como una cuerda floja. Me dijo que la vida era un riesgo y que debía tomarme ese caldo de pollo y asumir el riesgo. Vivimos en esta cuerda floja del presente. Da igual si la nada es real o no, si se auto destruye en cuanto empieza a existir pues el hecho de su existencia la anula: si existe ya es algo. Pienso en todo esto porque me siento vacía, frágil, y al mismo tiempo plena. Piso el suelo del presente: es lo único que hay. Pienso en todo eso y de pronto ya no es domingo sino lunes. Un lunes extraño y distinto, porque me escapé del tiempo en el tiempo caótico de la enfermedad. Pero lunes al fin. Ya no está el vapor en la cocina. Mi cabeza sobre su hombro y el olor de su pelo mientras vemos a Shahrukh Khan llorar de amor en la pantalla ya sólo son un recuerdo, son cosas de ayer. No están pasando en este momento, pero tampoco están en la nada: la cuerda floja del ahora está hecha de la colección de recuerdos que elegimos transportar de otros tiempos al presente. Somos este cúmulo de eventos traducidos a una idea que nos hace contemplar la vida desde aquí. Solo podemos ser esto que estamos siendo como sea que lo entendamos, hasta donde sea que lo miremos. Ojalá pudiéramos experimentar la vida desnuda de nuestras interpretaciones. Cómo sería toda esta nada si no la nombráramos, si no insistiéramos en traducirla al tamaño de nuestro entendimiento. Cómo se sentiría el infinito sin la constricción de nuestro pensamiento.

Cierro los ojos y pruebo un bocado de arroz. Es un arroz blanco. Él construyó el vapor, midió las tazas de agua, lavó los granos, vertió todo en la arrocera. Cocinó en calcetines, sobre el piso del domingo, en la orilla de las nubes de ayer. Cocinó este arroz, con sus manos que han tocado el mundo, otros cuerpos, otros lunes, otras noches de sábado. En un intrincado tejido del espacio-tiempo, en un momento determinado de esta expansión de onda del Bing-Bang que para nosotros es un tiempo expandido, inmenso, poblado de asuntos, dolores, celebraciones, historias, deberes, frustraciones y películas de Bollywood, pero que en realidad es un instante en la historia del cosmos, en esta orilla, nos encontramos. Y él está sonriendo en mi cocina y al mismo tiempo sonriendo entre mis omóplatos desnudos, besándome un hombro, dándome la mano bajo la mesa una primera vez. Viajando a la India. Aprendiendo a caminar. Escapándose de su cuna. Queriendo a otras. En una fiesta de Halloween en sus años de universidad. En muchos otros lados del azar y aquí. Estuvo ayer y me dejó este arroz, que saboreo con los ojos cerrados. Lo pruebo ahora pero es un arroz de ayer.

En el precipicio del presente, estoy probando el infinito.

Cuando digo nada digo también que el amor nos salva. Y no quisiera ser tan trillada, pero tengo la boca llena de arroz.

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