Pepa Erre
1 min readNov 7, 2022

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Tengo una foto de mi bisabuela en la que está echándose un cigarrito en una azotea. La guardo adentro de un libro de Bécquer en el que escribió su nombre. Josefina. La pierdo de vez en cuando, luego abro todos los libros viejos de mi casa hasta que la vuelvo a encontrar. Mi bisabuela se divorció dos veces, crió sola a su único hijo, trabajó hasta que fue muy vieja. Viajó mucho. Leyó mucho. Tuvo amantes. Hablaba tres idiomas. Si necesitó alguna vez a alguien no lo dijo nunca. Fue valiente y rabiosamente bella. Hacía sus tortillas de harina a mano. No pedía permiso ni perdón. Me decía chula. Me pedía que le leyera en voz alta y se llenaba de ternura en las tardes. No había nadie más bruja que ella.

Quiero llenarme siempre de su sangre y de su herencia. De vez en cuando la pierdo, pero luego cambio mi tristeza por rabia y la vuelvo a encontrar. Soy bisnieta de esa mujer. Me paro en sus huellas y sobre mis propios pies. Que retiemble en sus centros la tierra.

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